Caldas

Francisco Jaramillo Ochoa, un empresario con olfato para los negocios: el dueño del valle del Risaralda

2025-05-31
Familia Jaramillo Montoya, en la primera mitad del siglo XX.
Francisco Jaramillo Ochoa, su esposa, Tulia Montoya, y sus hijos. 
Albeiro Valencia Llano

Por Albeiro Valencia Llano - historiador.

Francisco Jaramillo Ochoa nació en Envigado en 1865 y murió en Medellín en 1951; se casó con Tulia Montoya Arbeláez, de Marinilla, nacida en 1875; estudió en la Escuela de Minas de Medellín, pero se retiró antes de terminar la carrera.  Don Francisco, más conocido como don Pacho, se dirigió a Marmato y se orientó a explotar minas de oro respaldado por su profesión de Ingeniero de Minas.

Francisco Jaramillo Ochoa, un empresario con olfato para los negocios: el dueño del valle del Risaralda

Algún día del año 1893 al pasar por la Prefectura de Riosucio vio clavado en la pared un edicto que abría a remate las rentas de licores del Estado Soberano del Cauca, e interesado en licitar compró al doctor Jorge Gärtner un lote de poco más de cinco mil hectáreas de tierra en bosques, denominado Umbría, a orillas del Risaralda, situado en donde muchos años después se fundaría Belén de Umbría.

Sus amigos habían desaprobado el negocio por tratarse de selva virgen no apta siquiera para paisaje; sin embargo, don Pacho tomó posesión de la tierra, construyó una casa de madera y buscó una familia que se encargara de mantener sus baldíos libres de colonos.

Francisco Jaramillo Ochoa, un empresario con olfato para los negocios: el dueño del valle del Risaralda

La respuesta a esta adquisición -considerada un disparate- se encontraba en aquel aviso pegado en la pared de la Prefectura, pues la licitación disponía que sólo se adjudicaban por remate las rentas del Estado Soberano a los que dispusieran de amplia garantía. De este modo, de los 32 postores, únicamente don Francisco pudo presentar una caución de cinco mil hectáreas de tierra propia, respaldada en una titulación perfecta (Jaramillo Montoya G. , José y Emilia, 1976, págs. 23-26).

Don Pacho descuidó sus tierras pues sólo servían para respaldar los remates de rentas, pero pasados los años el inmenso fundo adquirió enorme valor debido al proceso colonizador y a la fundación de pueblos; el caserío de Arenales había sido elevado a municipio con el nombre de Belén de Umbría y los colonos habían invadido el latifundio por muchos puntos estableciendo mejoras y cultivos de café.

Había llegado la hora de encargarse de sus tierras. Para ello envió a su hijo José, el abogado de la familia, para que negociara con el apoderado de los colonos, y el conflicto terminó en una magnífica transacción pues organizaron una oficina de parcelaciones en Belén de Umbría y el territorio se vendió, en 200 parcelas diseminadas entre las poblaciones de Belén y Mistrató (Jaramillo Montoya G. , 1976, pág. 28). Con esta experiencia don Pacho descubrió el magnífico negocio de los baldíos: era el momento de enfrentar la colonización del valle del Risaralda.

Un pedacito del valle estaba ocupado, era un limitado terreno seco situado en la confluencia de los ríos Risaralda y Cauca, donde desde la segunda mitad del siglo XIX Salvador Rojas edificó el primer rancho y tomó posesión del baldío. Muchos de los que llegaron a este lugar habían sido esclavos, otros participaron en las guerras civiles y huían de los reclutamientos y de la miseria, habían sido perseguidos y acosados y por ello se refugiaron en esa querencia a la que llamaron Sopinga, defendidos por una barrera de mosquitos y zancudos.

Mientras tanto la colonización antioqueña avanzaba desde Ansermaviejo y Belén de Umbría hasta Apía y Santuario y desde Risaralda en dirección a Belalcázar; sin embargo, no había podido penetrar en este recodo rebelde hasta finalizar el siglo XIX.

A partir de la infraestructura creada por estos primeros pobladores foráneos irrumpieron los empresarios, interesados en comprar centenares de hectáreas para la ganadería extensiva; tal es el caso de don José Joaquín Hoyos quien llegó con suficiente dinero, simpatía, salud, deseos de hacer fortuna y compró varias cuadras de tierra con el fin de organizar tienda con pesebrera y bodega para almacenar los productos de los colonos y darle salida a la economía embotellada. Su negocio se convirtió en el centro de las actividades económicas y sociales de Sopinga, punto obligado de reunión de los fundadores de las primeras haciendas (Jaramillo Montoya G. , 1987, pág. 202).

Don José Joaquín Hoyos fue el contacto para la avanzada de la colonización empresarial. A su tienda llegó un día Francisco Jaramillo Ochoa y le compró unas cuantas cuadras con el fin de construir el estanco, la bodega, levantar la iglesia y formar el pueblo; luego se puso en contacto con don Carlos Saavedra dueño de la finca más grande de la región con cultivo de pasto "pará" y acordó mandarle ganado a utilidad para surtir la finca; de este modo inició el primer contacto con los habitantes de la enigmática Sopinga. Si los afrodescendientes no se habían preocupado por el entorno, ni se interesaron en abrir montaña y formar haciendas descubriendo el paisaje, sí lo hicieron los empresarios.

El huequecito de Sopinga y el centenar de bohíos que se amodorraban a orillas de los dos ríos tutelares, se estremecieron de espanto. A sus lados, se abría el mundo como por milagro. Las hachas fueron degollando árboles amigos que habían vigilado la infancia del puerto y que eran mojones de sus vidas y de sus recuerdos... Para los negros fue la colonización obra de portento y de asombro. Admirados presenciaban cómo la montaña rebelde y tenaz, cedía al golpe del hacha, curvándose a la fuerza para entregarse al fin, después de lucha recia (Arias Trujillo, 1959, pág. 81).

Era el ímpetu arrollador del proceso de colonización que no permitía obstáculos, era el establecimiento de nuevas relaciones de producción que necesitaban más espacio para su desarrollo; por ello,

En cosa de pocos años, apareció en toda su esbeltez el valle de Risaralda, tierra de prodigio, de prodigalidad y de una descarada belleza. Sobre su piel agradecida, conquistadores de Manizales fundaron dehesas, estancias, bonitas haciendas, y pueblos risueños y venturosos de vivir en este suelo tan de paraíso. Lo que los negros no habían querido hacer por indolencia o acidia, ahora los blancos de Manizales, animosos, dominadores y heroicos, lo realizaban a golpes de hacha y de voluntad" (Arias Trujillo, 1959, pág. 82).

Mientras los Robledos y Salazares, Serranos y Uribes, derribaban las dos bandas del Risaralda, el viejo Jaramillo Ochoa se le enfrentaba a la ribera del Cauca y a una parte del primer río, con sus peones. En cuanto a la población autóctona de Sopinga, unos abandonaron la región hacia lo profundo de la selva del Chocó, y los más fueron enganchados como peones, resignados a aceptar el nuevo orden social de los colonos blancos venidos de Antioquia, Caldas y Valle del Cauca.

El dominio del Valle del Risaralda venía acompañado de la colonización en las estribaciones de la Cordillera Occidental, donde se habían fundado Apía (1883) y Santuario (1886) y estaba en proceso la fundación de Viterbo (1911); además, las corrientes migratorias invadieron el adormecido pueblo de Ansermaviejo desde 1870 y fundaron las poblaciones de Risaralda (1885) y Belalcázar (1888).

Fundación de La Virginia y el desarrollo navegable del río Cauca

Los nuevos pueblos estaban activando el desarrollo económico en toda la región lo que se manifestaba en la producción de café. La antigua Sopinga se estaba convirtiendo en el puerto que manejaba la llave para desembotellar la inmensa zona.  Aquí se hace evidente la visión de don Pacho Jaramillo al elegir el poblado como su centro de operaciones.

En su bodega centralizaba las compras de café y cacao, luego estableció contactos para que la recién organizada Compañía Caucana de Navegación del Río Cauca anclara en La Virginia y cargara café y cacao. 

El caserío empezó a recibir gente de todas partes, se abrieron tiendas, carnicerías, cantinas y prostíbulos, pero aún no era un pueblo; don Pacho hizo construir la primera iglesia pajiza y el cura de Belalcázar, Francisco Restrepo, se encargó de introducir el culto en medio de la indiferente feligresía.

Este hecho y la abundante penetración de finqueros, comerciantes y peones descuajadores de selva, transformaron la población, se fueron olvidando del nombre de Sopinga al tiempo que se aceptaba el de La Virginia.

La fundación oficial corresponde al año 1904 y aparecen como fundadores Francisco Jaramillo Ochoa, Pedro Martínez y Pioquinto Rojas, entre otros. Cuando se desarrolló La Virginia como puerto fluvial empezó un impresionante trasegar de arrieros que se movían hacia dicho punto con sus cargas de café y cueros para despachar por el río Cauca hacia Cali y luego por ferrocarril a Buenaventura, y en viaje de regreso las recuas cargaban mercancías del exterior, y cacao y tabaco del Valle. 

Para poner fin a esta difícil situación, don Pacho Jaramillo resolvió construir una bodega, como nuevo puerto para la navegación, en la margen derecha del río Risaralda y en su desembocadura al Cauca; de este modo evitaban los arrieros el difícil paso del río Risaralda.

Dentro de su hacienda hizo construir un amplio callejón, cercado por ambos lados, para que circularan las numerosas recuas de mulas y bueyes que en forma creciente transportaban café y otros productos a la nueva bodega.

El siguiente paso  fue el establecimiento de compras de café a lo largo del camino hacia La Virginia, en Apía, Santuario, la Celia y el Rey (Balboa), organizando contratos de transporte con esos magníficos arrieros con los cuales había disgustado porque le implantaron servidumbres; entre ellos con  Miguel Mejía, Ubaldo Ochoa y Pedro Benjumea, éste era un verdadero ejemplar con vozarrón de trueno, su fuerza increíble de atleta le permitía sacar las mulas atascadas en el fango alzándolas en peso, con todo y carga.

En vista de que la Compañía Caucana de Navegación no era capaz de movilizar toda la carga que se movía por el puerto, don Pacho creó la Compañía Antioqueña, con los vapores Santander, Palmira, Cali, Manizales, Mercedes, Risaralda y otros; pero era tan grande el movimiento portuario que entraron a competir otras empresas navieras: Estrada Hermanos, Hood y Compañía, y la de Carlos Pinzón, lo que contribuyó a desembotellar la región y a organizar el desarrollo económico, al tiempo que se extendió y profundizó la colonización.

Mientras tanto don Pacho continuaba montando su hacienda Portobelo, en la cual venía empecinado desde 1907, hasta convertirla en una de las más bellas del país, con 8.000 cuadras planas de bien cuidados potreros y más de 3.000 en terrenos inclinados, hacienda está ubicada entre los ríos Risaralda, Cauca y Cañaveral.

Sobre sus actividades anotó don Francisco: “Mis actuaciones no se han reducido a los negocios de café ni a la banca, sino que he tenido grandes intervenciones en ferrocarriles y carreteras. Fundé con otros caballeros la fábrica de cementos del Valle e intervine en la construcción de la carretera de Cali al mar. Mi último empeño a esta hora se reduce a una hacienda que se llama 'Pitalito', casi en las calles de La Dorada y a la construcción de un campo de aterrizaje en el punto denominado 'Guarinocito', equidistante de Honda y del puerto aludido".

Tenía ochenta años y estaba en Cali cuando se le presentó un hacendado a ofrecerle veinte mil hectáreas de tierra en montaña, en La Dorada; don Francisco se entusiasmó con las posibilidades económicas de la región y le contestó: “Amigo, no olvide que yo tengo ochenta años y que ya no hay tiempo de asomarme por allá. Si le compro es para que los nietos conozcan". Y en el acto negoció la tierra y a los treinta días, cien hacheros descuajaban la selva a orillas del río La Miel  (Jaramillo Montoya R. , 1963, pág. 127 y 491).

Sus restos mortales descansan en el mausoleo de la familia en el Cementerio San Esteban de Manizales. Fueron sus hijos Luis, Francisco, José, Rafael, Lino, Gilberto, Inés, Susana, Tulia y Mery, algunos destacados empresarios, políticos, escritores y pintores, como Maripaz Jaramillo.

Francisco Jaramillo Ochoa, un empresario con olfato para los negocios: el dueño del valle del Risaralda

Reunión de la Jaramillada en Manizales

Este domingo primero de junio se reunirán, en Manizales, por lo menos 120 descendientes, en un evento que han denominado “La Jaramillada”, para celebrar los 160 años del nacimiento y los 75 del fallecimiento de don Francisco Jaramillo Ochoa. Estarán visitando el mausoleo de la familia Jaramillo en el Cementerio San Esteban; luego irán a la gobernación de Caldas, pues varios descendientes de don Pacho fueron gobernadores: Luis y José Jaramillo y Pilar Villegas. Pasarán por la casa de don Pacho, calle 20 Nro. 22-14 y terminarán en el Recinto del Pensamiento, Pabellón Zeri, construido por Simón Vélez Jaramillo, descendiente de don Pacho.

 

Fuentes:

  • Jaramillo Montoya Gilberto (1976). José y Emilia. Bogotá
  • Jaramillo Montoya Gilberto (1987). Relatos de Gil. Biblioteca de Autores Colombianos
  • Arias Trujillo, Bernardo (1959). Risaralda. Medellín: Bedout
  • Jaramillo Montoya, Rafael (1963). Fragmentos de un diario íntimo. Bogotá, s/n.

NOTA: Los hijos del matrimonio conformado por Francisco Jaramillo Ochoa y Tulia Montoya fueron: Rafael,José quien fue Gobernador y Pacho dueño de La Patria y termales de SantaRosa. Sentados Lino,Gilberto y Luis quien también fue gobernador

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