
El legado de Aldemar Solano Peña, el periodista que eligió la libertad de contar sus propias historias

Todas las vidas penden de un hilo. Los periodistas y escritores lo saben. Tal vez por eso se refugian en las palabras y dejan huellas de su trasegar por el mundo en libros e historias. Porque intuyen que cualquier momento la muerte visita y se lleva con ella las ilusiones y clausura los planes.
Aldemar Solano Peña lo hizo así. Puso su vida en función de contar la realidad de una sociedad que se las arregla para vivir al filo del abismo.
Durante su vida escribió libros sobre Sesquilé (Cundinamarca) su tierra natal, –Historia ilustrada de Sesquilé, el pueblo de los matados (2004) y Dicen que en Sesquilé, mitos de mi pueblo (2007)– y sobre las historias que se encontró en Pereira –Boleta de captura, el fiasco de la Fiscalía (2011), La fama de las pereiranas (2015) y Soofonías, el guardián de los muertos (2018).
Trabajó en radio, prensa, cine y fue escritor. Su ímpetu creativo lo elevó a niveles donde fue visible para élites que valoraron su trabajo y que de vez en vez se enojaron por la rectitud de su espíritu.
“Él vivió en carne propia lo que viven muchos profesionales en este país. Si no te sometes, no tienes derecho a nada. Pero Aldemar no se sometía. Nunca lo vi hacerlo”, dice Carlos Alfredo Crosswhite, amigo personal.
Un periodista con principios
Aldemar llegó a Pereira hace más de 20 años desde Sesquilé. Había estudiado en la Escuela de Telecomunicaciones de Bogotá, y ya desde joven mostraba una pasión irrefrenable por los medios.
“Yo lo conocí cuando empezó a hacer algunos pinitos en medios de comunicación aquí en Pereira. Estuvo en periódicos como La Tarde, El Diario, El Espectador, y en Caracol Radio”, recuerda Diana Vega, amiga y colega.
Solano no tenía un título universitario formal en periodismo, pero sí una ética de trabajo que muchos con diplomas enmarcados en la pared envidiarían.
“Era un periodista de vida, de oficio, de pasión. Respetaba la profesión profundamente, y aún más sus propios principios”, sostiene Diana.
Rechazaba la pauta oficial, no le gustaba maquillar la realidad. El carácter de Aldemar lo hizo ser siempre visible, algo que generó confianza en algunos sectores pero rechazo en otros.
“Le gustaba llamar las cosas por su nombre, y por eso tuvo problemas, pero también se ganó respeto”, subraya Vega.
El arte como resistencia
Además del periodismo, Aldemar fue un creador multifacético. Los libros que se encontró en Pereira tocaron temas que ningún local mencionó. Como reseñó Fernando Ramírez, en LA PATRIA, se metió en camisa de once varas al escribir sobre La fama de las pereiranas.
También escarbó en el falso positivo judicial que fue la Operación Libertad que ocurrió en Quinchía (Risaralda) y escribió Boleta de captura.
El último libro que publicó fue Sofonías, sobre la historia del guardián del apasionado auxiliar de autopsias que trabajó en el hospital San Jorge de Pereira.
También se le metió al cine. Dirigió De vuelta al nido de cóndores, una película inspirada en El nido de cóndores, una obra fílmica muda de Pereira que había sido prácticamente borrada de la historia.
“Se obsesionó con esa película, quería recuperarla, reconstruir esa memoria, y fue una locura porque en ese tiempo no había ley de cine ni recursos. Lo hizo con las uñas, pero lo logró. Así era él: persistente, rayando en terco”, concluye Diana.
El Aldemar reservado y solitario
En los últimos años, Aldemar se volvió más solitario. “Se fue ensimismando mucho, como un cuzumbito solo, le decía yo en broma. Era mi Grinch favorito. Aunque tenía muchos conocidos en Pereira, era de pocos amigos cercanos”, recuerda Vega.
Diana cuenta que viajó a Sesquilé para escribir un nuevo libro sobre su tierra natal, y que después de conseguir algunos recursos decidió irse a Europa.
“Buscaba aire, respiro, otros horizontes. Pero lo cogió la pandemia en Malta, y estuvo muy mal de salud. Se enfermó gravemente, estuvo hospitalizado, pero logró recuperarse”.
A su regreso a Pereira, a comienzos de 2024, se reencontró con viejos amigos. Participó como extra en la segunda película de Gladiador 2, aunque, fiel a su estilo, nunca quiso contar muchos detalles.
“Decía que había firmado una cláusula de confidencialidad. Yo le decía que iba a tener que pasar la película cuadro a cuadro para verlo”.
Marginado
Para Crosswhite, la historia de Aldemar es también la de muchos profesionales que, al no someterse a los poderes políticos o económicos, terminan excluidos.
“Aldemar vivió en carne propia lo que les pasa a muchos: si no se someten, no tienen derecho a nada. Él era de carácter. Nunca lo vi sometido. No aceptaba entregar su libertad ni su forma de pensar. Y esta sociedad le cerró las puertas”.
En algún momento, Solano tuvo que irse del país. Viajó a Europa buscando oportunidades. A su regreso, Crosswhite notó en él señales de angustia.
“Lo vi como en dificultades. Como buscando una salida. Me dolió profundamente. Lo vi por última vez hace mes y medio. Me enteré de su muerte porque otros lo estaban comentando. Su partida fue silenciosa, como muchas cosas en su vida”.
Partió en silencio
Diana se enteró después de que Aldemar había estado hospitalizado un mes antes de morir. “Le pidió a la persona que lo llevó al hospital que no le dijera a nadie. Era demasiado reservado. Siempre fue así. Decía que la vida era muy corta, que solo había una, y que había que vivirla como uno quisiera”.
La noticia de su muerte tomó por sorpresa a todos. “No lo puedo creer todavía. Es como si lo estuviéramos hablando en presente. Así debe ser. Mientras lo recordemos, sigue vivo”.
Para Diana, su recuerdo se mantiene vivo en el presente. “Por eso, cuando hablo de amar a las personas que han partido, lo hago en presente. El amor es un recordatorio del presente, nos hace vivir siempre el momento que nos atraviesa”.
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