
Hallazgos arqueológicos en el hospital de alta complejidad develan culturas con gran desarrollo tecnológico

En medio de los andamios y estructuras de concreto que hoy moldean el terreno donde se construye el Hospital de Alta Complejidad de Risaralda, en el sector de Cerritos de Pereira, se han encontrado piezas arqueológicas, develando culturas milenarias que habitaron el territorio hace siglos.
“En esta primera fase del proyecto se han identificado exactamente 14.736 elementos arqueológicos, que abarcan desde restos cerámicos y herramientas de piedra, hasta huesos humanos, semillas, pigmentos y textiles”, explica Ángela Barco Marín.
Barco Marín, arqueóloga de Manizales, graduada de la Universidad de Caldas, es la líder del proyecto arqueológico. Bajo su responsabilidad ha asumido la dirección de varios proyectos en Risaralda, encontrando rutas de culturas presentes en lo que hoy es Risaralda.
No se trata solo de piezas sueltas: es la evidencia de ocupaciones humanas complejas, de al menos dos culturas diferentes, que podrían remontarse hasta más de 10.600 años atrás.
Un territorio habitado desde los orígenes
Barco recuerda que el hallazgo no es un hecho aislado. Pereira, por su posición geográfica, ha sido una especie de corredor entre los Andes centrales y la costa pacífica.
“Este territorio fue parte de la antigua Cartago y hoy en día está ubicado en lo que se considera un corredor arqueológico y ambiental que conecta sitios como la vereda Volcanes en Santa Rosa de Cabal, la Universidad Tecnológica de Pereira, el Salado de Consotá y Cerritos”, detalla.
Uno de los puntos más importantes para entender el valor de lo hallado en la construcción del hospital es la relación con el Salado de Consotá, considerado el sitio arqueológico más antiguo de Risaralda.
Allí, se han datado ocupaciones de hace 10.600 años, lo que lo posiciona como una referencia para entender el valor tecnológico e histórico de los hallazgos.
“También encontramos ocupaciones más recientes, que podrían oscilar entre los 800 y los 1.200 años, asociadas —por cronología relativa— con la cultura Quimbaya. Sin embargo, hay claras influencias de otras culturas como la Guabas, originarias del Valle del Cauca”, explica Barco.
Tecnología, arte y complejidad social
Entre los objetos hallados se encuentran vasijas completas y fragmentadas, cuencos, copas, herramientas líticas (de piedra), pigmentos naturales, textiles y volantes de hilar, conocidos como volantes de huso.
Esta última categoría de piezas da cuenta de una dimensión clave que a menudo ha sido invisibilizada: la existencia del tejido y de la vestimenta prehispánica.
“Nuestros antepasados tenían controlado e identificado cuáles eran las fuentes de abastecimiento para poder hacer estos elementos en arcillas, identificados tecnologías de cocción –si lo hacían en horno abierto, horno cerrado–, también tenían identificados formas, porque las vasijas de acuerdo a su funcionalidad y a su uso tienen diferentes formas”, señala Barco.
Las herramientas de piedra también revelan un manejo avanzado de los materiales: cuchillos, raspadores, manos de moler. Todo evidencia una comunidad organizada, con tareas distribuidas, rituales y vida cotidiana ligada al entorno natural.
Una de las revelaciones más fascinantes del análisis preliminar de las piezas es la mezcla estilística que presentan muchas vasijas.
Algunas tienen formas, decoraciones y colores asociados a los quimbayas del Quindío (más oscuros), otras a los guabas del Valle (más rojizos), e incluso a grupos de Caldas (más claros).
“También las formas, tenemos unas formas muy asociadas a la cultura guaba. Entonces, como esa combinación, ese intercambio que podían hacer culturalmente que se ve representado en los elementos”, añade la arqueóloga.
La necesidad de un museo arqueológico en Risaralda
A diferencia de otras épocas, hoy las normativas del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH) exigen que todo proyecto arqueológico tenga también un componente de “arqueología pública”, es decir, que se le devuelva a la comunidad el conocimiento que surge de las excavaciones.
“Estamos trabajando con las escuelas del sector, con el Bioparque Ukumarí, con las comunidades cercanas. Hacemos talleres con arcilla, conversatorios y socializaciones. La idea es que la comunidad se apropie del patrimonio arqueológico como algo vivo y valioso, no como piezas mudas en una vitrina”, explica.
Pero aún queda un reto pendiente: ¿qué hacer con las piezas encontradas? Aunque actualmente están bajo custodia de la Gobernación de Risaralda, no existe aún un museo regional o espacio destinado para conservarlas y exhibirlas en el propio departamento.
“La idea es que este patrimonio se quede en Pereira. Hemos tenido conversaciones con Ukumarí, con la Universidad Tecnológica de Pereira, con otras entidades. Sería injusto que, después de tanto trabajo, el material termine fuera de la región”, asegura Barco.
¿Y ahora qué sigue?
El equipo espera los resultados de las pruebas de carbono 14, enviadas a laboratorios especializados en Estados Unidos (Beta Analytic), para poder establecer una cronología absoluta.
Solo entonces se podrá determinar con mayor precisión a qué períodos pertenecen los distintos niveles de ocupación y si es posible hablar de una cultura más específica que la genéricamente conocida como quimbaya.
Mientras tanto, continúan los trabajos de clasificación y análisis. Las decisiones finales sobre el destino del material dependerán de la Gobernación de Risaralda, pero hay consenso en que el patrimonio debe permanecer en la región.
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