
Diana Milena Jaramillo, la médica de Manizales que dejó huella en la vida y en la muerte

La muerte es un recordatorio de que la vida es un breve momento para compartir lo que amamos, lo que sentimos y para contagiar nuestras pasiones. Nunca es un momento oportuno para despedir a un ser querido, y menos cuando es joven o de manera repentina muere antes que los padres
Pero aún así, la existencia nos pone a prueba haciéndonos saber que todo es finito y pasajero; que en este paso por el mundo todo es prestado, hasta el cuerpo que usamos como si fuera propio.
Esa certeza no empequeñece el dolor de despedir a un ser amado. Por el contrario, el dolor suele enconarse en la memoria, haciendo pasar imágenes de los momentos más felices compartidos. Pero no es el dolor de lo amargo, sino que nace de la nostalgia de no poder repetir eso que ya pasó.
Es justamente esa añoranza la que hace trascender a las personas que murieron. Por ese deseo de magnificar las vivencias y de contarlas a otros es que suelen decir, que la única manera de vencer la muerte es generando recuerdos, brindando felicidad y ayudando a otras personas.
Para que así, cuando la muerte llegue y un cuerpo se apague y regrese a la tierra, quede latiendo sobre los corazones de otras personas el fuego compartido, la sonrisa y el abrazo.
Esa es la historia de Diana Milena Jaramillo, una médica de 42 años que irradiaba un calor humano tan intenso desde su infancia, que cuando correteaba con sus vecinos por las calles de Manizales, o cuando pisaba los cuartos fríos de las morgues donde trabajó, hizo creer a todos quienes tuvieron la fortuna de tenerla cerca, que al frente tenían el magnetismo de un sol.
Una mujer que atrae
Carolina Jaramillo, su hermana menor la recuerda como una mujer extrovertida a la que le gustaba correr y jugar en las calles con niños y niñas. Siempre activa armando planes, buscando excusas para reunirse con otros y hacer comitivas.
“Ella era la que organizaba los convites, la que colgaba los chilindrines en diciembre, la que hacía las comitivas y recogía la plata para las novenas”, recuerda Carolina.
Desde niña Mile –como le decía su hermana– se destacó por tener magnetismo. Según Carolina, todos los niños la seguían en sus travesuras. Incluso su papá la alcahueteaba en sus aventuras.
Su relación con su padre era especial, casi de cómplices. “Yo le alcahueteaba todo”, recuerda Juan Manuel. Aunque hubo momentos de desacuerdo, como cuando quiso comprarse un carro antes que una casa.
“No, señora —le dije—, primero la casa, que la casa da carro, pero el carro le quita la casa”. Al poco tiempo, Diana aceptó su consejo. Juntos encontraron un apartamento en Chipre. Ella no tenía el dinero de inmediato, pero cada peso que su padre le prestaba, se lo pagaba con rigurosidad. “Era muy correcta en ese sentido”, afirma.
Esa energía vital se tradujo más tarde en una carrera profesional brillante. Estudió Medicina en la Universidad de Manizales y se graduó con honores.
“Era una mujer muy brillante, muy responsable, pero también muy parrandera. Tenía una forma extraña de combinar el estudio con la vida social, pero todo lo hacía bien”, dice su hermana.
En sus años de estudio combinó muy bien el mundo de los deberes y el mundo de los placeres. Así como le iba de bien en cada asignatura, le iba bien con sus amigos con quienes se juntaba para gozar y festejar. Algo que no cambió en el mundo laboral.
Una mujer excepcional
Después de pasar por varias instituciones médicas como Salud Total, Cosmitet y la Clínica Santa Ana, Diana Milena dio un paso decisivo al ingresar al Instituto Nacional de Medicina Legal. Allí empezó desde abajo, dictando clases, asumiendo tareas técnicas, pero destacándose rápidamente por su liderazgo y capacidad de resolución.
El doctor Jose Fernando Marín es reconocido por su trabajo como médico forense en el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. A él le llegó la tarea de formar a los nuevos médicos y desde que conoció a Diana Milena, lo sorprendió su talento.
“Yo fui quien la entrenó cuando ingresó al Instituto. Fue en 2016, cuando se abrió una plaza para médico en la oficina de Manizales. Revisamos su hoja de vida, se valoró en la sede y luego procedí con el nombramiento. Desde el primer día, supe que estaba frente a alguien excepcional”, recuerda.
El doctor Marín recuerda como en todos sus años de experiencia, tres décadas de servicio en el Instituto y en la docencia, no tuvo aprendiz con las capacidades de Milena, tanto forenses como humanas.
“Ella fue la persona que más rápido captó la enseñanza y la aplicó con total asertividad. Lo forense lo asumió con plenitud. Lo entendió no solo como una técnica, sino como una responsabilidad ética con la verdad y las víctimas”.
Y añadió” Siempre fue puntual, cumplida, alegre, con una chispa muy especial que se hacía notar en cualquier reunión o espacio. Era imposible no apreciarla”.
Una mujer al servicio de otros
El techo de Diana Milena no estaba en Manizales. Muy pronto se le abrió la oportunidad de liderar una seccional en Casanare, un reto para el que ella estaba preparada.
El traslado a Yopal no fue fácil para la familia. “Nos dolió mucho, porque ella era el centro de las reuniones, la que animaba todo, la que unía a la familia”, dice Carolina. Pero comprendieron que era parte de su crecimiento profesional.
“Le tocó empezar desde cero, no conocía a nadie, pero como siempre, supo ganarse el cariño de la gente. Era muy cercana, muy familiar, especialmente con mi papá. Él era su parcero, su consejero, su apoyo en todo”.
El apoyo de su padre fue incondicional. Con él fue a buscar apartamento a Yopal y siempre estuvo muy cerca de ella, incluso en la distancia.
Alguien que también fue fundamental para la estancia de Diana Milena en Casanare fue su hermana menor, Valentina. la recuerda como alguien que se hacía querer fácilmente. Tanto, que ejerció una influencia muy grande para ella.
“Yo a mi hermana la admiraba como uno admira a los papás. Ella fue mi referente en todo”, dice Valentina con la voz quebrada, pero firme, al recordar a su hermana mayor, de quien la separaban 13 años y una profunda complicidad que no se medía por el tiempo.
Valentina tuvo la oportunidad de ir a Yopal a visitarla y aunque pensó que la distancia le iba a dar duro a su hermana, la vio feliz en su nuevo mundo.
“Nunca pensé que ella fuera capaz de irse tan lejos, porque era una mujer supremamente familiar, pero allá fue muy feliz”, cuenta Valentina. “Cuando la visité allá, verla tan realizada, tan bien rodeada, tan feliz... fue cuando más la admiré en mi vida”.
Valentina recuerda con especial cariño las salidas solo de las dos, los cafés, las conversaciones íntimas donde su hermana —normalmente reservada— se permitía abrirse con confianza.
También compartían el gusto por la tecnología, la rumba, el baile y los conciertos. El último que vivieron juntas fue el de Santiago Cruz en Pereira. También amaban a Andrés Cepeda y soñaban con ir juntas a un concierto de Marc Anthony, un plan que se quedó inconcluso.
Una mujer que amó lo que hizo
Después de trabajar en Yopal varios años y dejar la seccional como una de las mejores, se trasladó a Pereira, donde también fue impecable con su trabajo.
Quienes trabajaron con ella cuentan que su enfoque humano era esencial pero eso no la hacia alguien blanda. Por el contrario, era rigurosa en su trabajo, porque sabía que los funcionarios públicos tienen la responsabilidad de dar ejemplo, y sobre todo de cumplirle a la sociedad.
“Allá también se hizo querer mucho. Ella era muy humana, pero también muy estricta. Exigía que todos cumplieran con su deber, con calidad y oportunidad. Siempre decía que ser funcionario público implicaba una responsabilidad ética con las personas”, cuenta el doctor Marín, que se convirtió en un gran amigo de Diana.
Era tan buena en lo que hacía que le otorgaron la responsabilidad de ser directora de la región, una responsabilidad mayor porque debía responder por el Eje Cafetero y norte del Valle. Aunque no se hizo oficial el nombramiento, en sus últimos meses de vida, Diana cumplió con esa labor sin descuidar la seccional.
Una mujer que será recordada
Quizás ante la acumulación de trabajo y responsabilidades, ella decidió tomarse unas vacaciones en Europa. En Alemania la esperaba un primo al cual amaba como amaba ella, con un calor humano inconfundible.
Allá compartieron varias semanas hasta que su padre y otros familiares viajaron a Turquía donde tenían planeadas unas vacaciones.
Pero como sucede con los imponderables, una gripa o una infección respiratoria le bajó sus defensas, convirtiendo sus vacaciones en su último momento de vida.
Las causas de su muerte no son claras, porque el resultado de la necropsia no ha llegado al país, pero la doctora murió cerca de su padre y de su novio en un hospital en el país euroasiático.
Juan Manuel agradece las gestiones del consulado colombiano en Turquía porque ellos permitieron que el trámite de traer el cuerpo de su hija se hiciera en tiempo récord.
El 13 de abril Diana fue enterrada en Manizales. Su cuerpo quedó bajo la tierra de la ciudad que la vio nacer, pero su sonrisa aún resuena en los oídos de todos quienes la escucharon, como el recordatorio de que solo quienes aman y entregan todo con intensidad, viven para siempre.
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