
Manizales: recuerdos de El Rancho, el emblemático lugar de las tertulias y las pollas futboleras en Palermo

LA PATRIA | Manizales
Durante 22 años, una esquina en el corazón de Palermo fue mucho más que un restaurante: fue lugar de tertulias, sala de reuniones y gradería. La charcutería El Rancho no era solo un lugar para almorzar, era un refugio para hablar de fútbol, de política y de la vida.
El pasado 28 de febrero cerró sus puertas, pero no su historia. Hoy es memoria viva en los relatos de sus clientes más fieles.
El origen de un refugio
Carlos Fernando Vásquez no llegó por accidente al negocio. Su historia se entrelaza con la de Manizales y con sus zonas más comerciales. Primero tuvo Los Troncos, una taberna en Chipre, y luego Mango Biche, una discoteca en El Cable. En el 2003 decidió probar suerte en un local donde antes funcionaba el asadero Chispa Loca, en la esquina de la carrera 25 con calle 68, en Palermo.
“Al principio se vendían tres o cuatro almuerzos al día, eso era todo”, recuerda Vásquez. Y aun así persistió.
Lo que comenzó como una charcutería con productos importados –pistachos, chocolatinas Ferrero, jamones o licores que nadie más ofrecía en la ciudad– se convirtió en un punto de encuentro. Cuando su hijo decidió abrir un restaurante al lado, nació la fórmula que funcionó por más de dos décadas: buena comida, buena charla y un espacio para disfrutar.
El Rancho estaba ubicado a un lado del edificio El Velero, en la avenida principal del barrio Palermo.
El fútbol como columna vertebral
La clientela fue creciendo, pero el alma del lugar era el fútbol. Las paredes de El Rancho no se perdían los partidos del Once Caldas, de la Selección Colombia ni de los mundiales. Había algo sagrado en cada encuentro: la polla.
Las famosas pollas, ideadas por el fallecido Ómar Patiño, se organizaban como pequeñas apuestas de resultados. Normalmente, cada persona pagaba $50 mil para participar. En las copas del mundo, la inscripción llegaba hasta $1 millón. Hernán García, uno de los organizadores de este tradicional juego, recuerda que en los picos más altos llegaron a manejar cuatro pollas simultáneas, cada una con 16 participantes (y $16 millones de premio), entre quienes se sorteaban todos los marcadores posibles desde el 0-0 hasta el 3-3.
“Siempre le hacíamos más recocha al 3-3, porque el que lo sacaba decía: ‘No, aquí ya quedé liquidado’, pero realmente tenía más posibilidades porque jugaba con ese resultado y con todos los superiores. Nadie lo quería, pero todos lo recordaban”, cuenta entre risas. Porque más allá del dinero, las pollas eran un pretexto para reunirse, vestirse con las camisetas de los equipos y apostar por algo más que goles: por la continuidad del grupo.
Inicialmente, las pollas tenían un sorteo manual, pero en vista de que el número de participantes creció mucho, se diseñó un software que automatizó el proceso. Este se transmitía en vivo a través de la página de Facebook de El Rancho. En la foto, Carlos Vásquez (izq.) y Fabio Aristizábal observan los resultados de la polla del Mundial 2022.
Una tribuna adulta y respetuosa
El Rancho no tenía jóvenes gritando ni música a todo volumen, porque Carlos diseñó su clientela. Subió un poco los precios para disuadir a los muchachos y apostó por una comunidad adulta, en su mayoría pensionados.
“Al principio venían los jóvenes, se ponían a tomar y al otro día los manteles amanecían quemados por los cigarrillos. Por eso decidí seleccionar mejor a los viejos. Después de eso, con gente tomando todos los días, nunca hubo una pelea. Jamás. En 22 años, ni una sola vez”, dice con orgullo.
Las tertulias eran otro ingrediente. Se hablaba de todo y todo se podía decir. De política, de la ciudad, de muertos y de vivos. Arturo Gómez incluso llevó un registro de los amigos que ya no están: más de 25 clientes fallecidos, nombres que aún flotan entre los recuerdos. “Un día ya me abrumé y la dejé de hacer, porque no demoro en estar anotado yo ahí”.
Carlos Vásquez trabajaba con otras nueve personas en El Rancho Restaurante y Charcutería: tres en la cocina, cinco meseros y una administradora. La foto es del 28 de noviembre del 2022, antes del partido que Brasil le ganó 1-0 a Suiza en el Mundial de Catar.
La política también pasó por El Rancho
Generalmente, El Rancho “era como la sede alterna de la Liga Caldense de Fútbol, presidida por Fabio Aristizábal, otro de los clientes fieles y gran amigo mío”, recuerda Vásquez, quien bromeaba con él y le decía que le iba a cobrar arriendo. No obstante, allí el deporte a veces se mezclaba con la política.
Alcaldes, diputados, concejales, congresistas… muchos pasaron por El Rancho. Luis Roberto Rivas, Jorge Eduardo Rojas, Félix Chica, Hernán Alberto Bedoya, Juan Manuel Llano, Óscar Iván Zuluaga… la lista es larga y diversa. Porque allí nadie era “doctor”. Todos eran conocidos por el nombre o el apodo.
El lugar servía para hacer negocios y, en época electoral, incluso promesas. Pero también era el escenario para el chisme político, la crítica informal, el debate sin filtro. En El Rancho se abordaban los temas sin fanatismo.
La fiesta se armaba en El Rancho en cualquier momento. Desde un almuerzo entre amigos hasta en las victorias del Once Caldas y la Selección Colombia.
Una despedida incompleta
Carlos Vásquez, el dueño y fundador, no estuvo en el último día de El Rancho. Una hospitalización le impidió ver cómo sus amigos brindaban en su honor, sin mariachis ni discursos. Solo una tertulia sencilla, como tantas que llenaron el local durante años.
El nuevo dueño del local decidió instalar un Oxxo, una cadena que gana terreno en Manizales, pero que con sus estantes llenos de productos reemplazó la calidez de las mesas con manteles y el televisor que siempre sintonizaba canales deportivos.
“Yo ya estaba cansado”, admite Vásquez. Quería pasar más tiempo con su familia. Sabía que su ciclo había terminado. Pero eso no hizo menos difícil el cierre. “Me dolió no por mí, sino por todos mis amigos, que se quedaron como a la deriva”.
En el último día de funcionamiento día de funcionamiento de El Rancho hubo una reunión que marcó la despedida del sitio y sus clientes fieles. Debido a que su propietario, Carlos Vásquez, estaba ausente por enfermedad, decidieron hacerlo de manera sencilla, no con grupo musical y celebración, como lo habían pensado.
Clementina, el nuevo refugio
Hoy, muchos de los clientes de El Rancho se reúnen en Clementina, el negocio que el hijo de Carlos abrió a dos cuadras. Pero no es lo mismo. El espacio es más pequeño y no tiene las paredes cargadas de historia ni el mismo ambiente acogedor.
Aun así, las pollas y las tertulias continúan. Se han adaptado, como pueden, a vivir sin su segundo hogar.
Las plantas, los cuadros, las mesas y todo lo que había en El Rancho ahora alimentan la memoria de quienes pasaban allí sus días.
Un lugar que vivirá en la memoria
El Rancho no fue un restaurante más. Fue una comunidad, un club sin membresía, una tribuna sin gradería. Allí se vivió el fútbol, la amistad, la política y la ciudad. Cerró, pero quedó grabado en las memorias de Palermo, de Manizales y de un grupo de personas que aprendieron a disfrutar la vida entre goles, risas, buena comida, buen trago y tertulias.
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