Cultura

Alberto Durán, un poeta que teje palabras en el viento sin saber leer y escribir

2025-08-20
Alberto Durán es un hombre carismático, afable y con una voz muy profunda. 
Foto l Tatiana Guerrero l LA PATRIA Alberto Durán es un hombre carismático, afable y con una voz muy profunda. 
Tatiana Guerrero

Alberto Durán no es capaz de recordar el número de celular de su esposa. Para identificarlo, acude a los contactos de un viejo Nokia, de esos que llaman “rompemuros”, y el cual compró hace 20 años por $19 mil.

No obstante, su memoria es tan generosa que puede recitar, sin titubeos, poemas de su autoría que duran alrededor de un minuto. Versos largos, hilados con una cadencia que le es inherente. 

Esa es la paradoja diaria que habita este bogotano de 62 años, hombre afable, delgado, prieto, de rostro sereno, voz grave y manos agrietadas por los años que suma trabajando como fabricante y reparador de mallas para la pesca y el deporte.

Pero Alberto, además de ser artesano, en los últimos años, ha decidido sumar a su hoja de vida un título inesperado: el de poeta.

Nació en Bogotá, el único hijo varón de la unión entre un pescador chocoano y una santandereana. Aunque su cuna fue capitalina, la vida lo llevó a migrar al municipio de Armero-Guayabal, en el Tolima, donde vive desde hace décadas.

Ese mismo pueblo fue marcado por la tragedia de 1985, cuando la erupción del Nevado del Ruiz lo borró casi por completo del mapa. Hoy, según Durán, es un lugar casi yermo, de calles silenciosas en el que solo sobrevive una pequeña emisora radial. 

 

Un artista poco convencional

Alberto no es un poeta común. Mejor dicho, si existiera un molde para definir a un poeta, él quedaría fuera. Apenas llegó hasta segundo de primaria. No sabe leer ni escribir. Y sin embargo, es capaz de componer con una precisión asombrosa. 

“Mi madre siempre nos regalaba a nosotros  una arepita con un pedacito de carne, y lo primero que vi en ese alimento fue un un pedazo de acordeón chiquitico y me enamoré de ese pedacito. Entonces, cambié la arepa por un pedacito de acordeón y desde allí la poesía y la música me nacen”, recuerda Durán, de ese momento en que empezó a convertir imágenes en metáforas.

Su cómplice es María Luisa, su esposa, su mano derecha, quien hoy enfrenta un cáncer terminal. Es ella quien transcribe en papel los poemas que su esposo dicta al viento. A la hora de componer, él bebe de la misma fuente de la que han bebido otros escritores: La naturaleza, la paz, la cotidianidad, la raza, el dolor, la esperanza, el amor y otros.

A pesar de su condición de analfabeta, Durán  ha afinado una memoria visual aguda, un oído fino y una sensibilidad que desarma.

Con esa trinidad ha creado su antología poética, en la que destaca un poema inspirado en la caribeña ciudad de Cartagena, el cual es titulado de forma homónima. 

A continuación, uno de sus poemas:

Cartagena

Colombia, esto no es mentira.
Colombia, esto es la verdad:
que Cartagena no duerme, sino un ratico no más.

La vi por la mañanita luciendo el atardecer,
volví por la nochecita y lucía de fiesta otra vez.

Permita diosa dorada entretejer tu hermosura,
inspirado en tu cultura, invaluable madre amada.

Lo que fue dolor y penas, nostalgia y resentimiento
por un metal muy precioso que se convirtió en tormento,
hoy renace la alegría, grito de gloria y de paz.

Poco o nada se ha perdido: su riqueza es natural.
Lo invaluable son sus gentes, raíz afrodescendiente,
echados para adelante y fuertes como el muro
en sus murallas que jamás decaerá.

Pincelando su plumilla, García Márquez suspiró;
inspirado en sus riquezas de sus mares, exclamó:

"Cartagena, tierra hermosa, trasnochadora y morena,
igual como sus mujeres engalanan su belleza".

Pintores, compositores ilustraron al pasar,
enriqueciendo cultura, hicieron de ti un poema
que jamás fenecerá.

Cartagena, tierra de diosas.
Mi alma te canta e implora.
Ni cenizas, cuerpo inerte en tus mares descansar.
Paraíso en mis ensueños, patrimonio nacional.

Foto l Tatiana Guerrero l LA PATRIA Los únicos medios de comunicación de Alberto son sus palabras y un celular Nokia modelo viejo. 

 

“Yo solo quiero que me escuchen”

El artesano también carga con otra tragedia: durante la pandemia contrajo una infección que dejó su pierna derecha disfuncional. En unos meses, deberá ser amputada. Se apoya en unas muletas, y con una mezcla estoica y epicúrea encara su destino. No se queja, no maldice, pero hay algo a lo que no se resigna: que sus poemas mueran con él. Su anhelo más profundo es que alguien los escuche, que su legado de palabras no se diluya en el silencio.

Cuenta que sus versos llegaron hasta el Ministerio de Cultura, pero allí le cerraron las puertas. La respuesta fue tajante: no había presupuesto para ningún proyecto que lo incluyera como poeta.

Aun así, él insiste. Es terco. Este martes (19 de agosto), mientras visitaba Manizales para reparar unas mallas en una cancha sintética, la recepcionista del hotel donde se hospedaba le sugirió ir a las instalaciones de los diarios  LA PATRIA y  el Q’hubo. Tal vez allí, le dijo, alguien podría registrar su historia, darle voz antes de que se apague del todo.

Entonces, en plena entrevista, recuerda algo que escuchó una vez en televisión: una convocatoria para poetas que escribieran sobre el medio ambiente. De esa chispa, nació este poema:

A la tierra

La tierra se está muriendo de la mano de la paz.
Catastrófico dolor.
Lloran, gimen sus dolientes, 

cuán desierto abandonado.

Ríos, cauces y llanuras,
fauna y desembocaduras
arrasadas al quebranto.

No con melodioso canto
el aire va susurrando,
pareciendo ya entender
que le están contaminando

donde nacen las raíces
sin frutos para la vida,
siendo alimento sagrado.

Si el aire de mis ancestros
era tan puro y sagrado,
transparente como el agua
y las aves en su canto.


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