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El ruido y el silencio más macabros de mi vida: testimonio de un sobreviviente de la avalancha en Armero

2025-11-09
la izquierda, el antiguo Armero, próspero municipio del Tolima antes del 13 de noviembre de 1985. A
Fotos | Tomada del Facebook Armero Cuarenta Años y Freddy Arango | LA PATRIA A la izquierda, el antiguo Armero, próspero municipio del Tolima antes del 13 de noviembre de 1985. A la derecha, la planicie verde y silenciosa que hoy cubre lo que fue el pueblo. El testimonio del profesor Freddy Gutiérrez, sobreviviente, revive el horror y la esperanza de un pueblo que el volcán Nevado del Ruiz borró del mapa, pero no de la historia.
Freddy Arango

La ruta diaria del profesor Freddy Ariel Gutiérrez Mora, cuando se dirige a su escuela, incluye el paso por las ruinas de Armero, municipio destruido por la avalancha del volcán Nevado del Ruiz el 13 de noviembre de 1985.

Sus alumnos de la escuela de la vereda Maracaibo, a 11 kilómetros de la zona de la tragedia, suelen preguntarle qué sucedió para que un pueblo de 29 mil habitantes desapareciera bajo el lodo y murieran cerca de 22 mil personas.

Freddy Ariel, además de docente, es presidente de la Cruz Roja de Armero-Guayabal, localidad que surgió tras la reubicación de los sobrevivientes.

Dice que le llama la atención ver cómo los niños y la comunidad asimilan lo que él les cuenta, como alguien que fue testigo de una de las tragedias más grandes de Colombia y del mundo.

En esta fecha, cuando se conmemoran 40 años de la erupción del Nevado del Ruiz, LA PATRIA comparte su relato. Hoy Armero es una planicie verde, llena de árboles y de silencio.

Ubicación y mensajero

“Mi casa quedaba en la parte de arriba, en la zona occidental del pueblo. En enero de 1985 comencé a trabajar como mensajero en el Club Campestre, que era para la alta sociedad de Armero. Trabajé allí con el ánimo siempre de   presentarme a la universidad.

Caída de ceniza

“Ese 13 de noviembre fue un día normal. La ceniza empezó a caer como a las 3:00 p.m., pero la rutina siguió como siempre. Por la mañana fui a trabajar y al mediodía regresé a la casa a almorzar. Tenía una bicicleta y a las 2:00 p.m. volví al trabajo. Cuando empezó la caída de ceniza, regresé a la casa y hablé con mi mamá. Le dije que tuviéramos precaución, como decían las noticias de Chinchiná y Manizales: ‘Cuidado con los ojos, porque la ceniza puede rayarlos; respiremos con un trapo y no salgamos’. Mi madre tenía 36 años; yo acababa de cumplir 18 en octubre.

El voluntario

“Salí del trabajo a las 6:00 p.m. y me fui a la Cruz Roja, donde era voluntario. Me quedé hasta las 8:30 p.m., cuando iban a transmitir por televisión el partido Cali–Millonarios. Ya estaba lloviendo agua y muchos decían que caía arena y ceniza.

Bajo arena y sin luz

“Me dormí en un sofá viendo el partido. Mi mamá me llamó: ya no había luz, caía agua, ceniza, arena, de todo. Nos levantamos mi hermano mayor, mi padre, mi madre que tenía en brazos a mi hermanito de tres años, y ella nos dijo: ‘hijo, salgamos, que se vino el río; hay una avalancha, la gente está huyendo.

Con una linterna y una sombrilla, nos pidió escuchar. A lo lejos se oía una tronazón, como si miles de volquetas descargaran piedra. Llamamos a un tío que vivía detrás del patio, pero dijo: ‘No, mijo, yo no me voy; lo que Dios quiera hacer conmigo.

Corrimos una cuadra, sin luz, pero aún veíamos. Dios nos puso una luz, como la de las luciérnagas.

Una avalancha de 30 metros de altura

“En la esquina de la carrera 20 con calle 14 estaba don Isidro, sacando su camioneta Ford Ranger roja. Nos subimos, pero el vehículo tenía la dirección invertida. Alcanzamos a avanzar 50 metros, y con la luz del carro vimos cómo la avalancha arrasó con el hospital, la escuela 20 de Julio y el campo de fútbol.

Esa masa de 30 metros de altura se regó y se vino hacia nosotros. El conductor estacionó junto a la cancha y seguimos a pie hacia la iglesia. No alcanzamos a llegar: el lodo nos rodeó.

A mitad de cuadra quedamos atrapados, sin salida. El barro subía; tuvimos que empinarnos y aferrarnos a las ramas de los árboles. El lodo nos llegó al cuello.

Éramos 15 personas. Ninguno murió. Varias horas después alguien, desde un techo, nos ayudó a subir. Amanecimos sobre los muritos que quedaban de las casas.

La noche del silencio

“Amanecimos orando, rezando, aguantando lluvia, ceniza, arena y mucho frío. La zozobra era pensar que venía otra avalancha.

Escuchábamos los ruidos de la corriente, de las personas heridas que ya no gritaban, de los carros que apagaban sus luces al agotarse la batería. Ese silencio fue lo más difícil: un silencio sepulcral.

Esperanzas

“A las 6:00 de la mañana vimos la avioneta de la empresa Alfa, de los capitanes Fernando Rivera y Leopoldo Guevara, sobrevolando Armero. Fueron quienes dieron el aviso al mundo.

Desde la casa alta donde estábamos, veíamos el playón. Éramos ingenuos, estábamos en shock. Decíamos que el Estado vendría, limpiaría las calles, removería el barro y todo volvería a ser como antes. No dimensionábamos lo ocurrido.

Sobreviviendo

“A las 8:00 o 9:00 de la mañana del 14 de noviembre decidimos bajar. En medio del lodazal hicimos un camino con tejas, cilindros de gas y bultos de arroz del molino San Lorenzo. Todo estaba cubierto de cosas: camas, chifoniers, televisores.

Llegamos a la casa de José Muñoz, compañero de la Cruz Roja. Allí la cocina se salvó; repartió los víveres que tenía y comimos algo. Luego seguimos hacia el hospital, donde había un helipuerto.

El hospital era de dos pisos; subimos a la terraza y un helicóptero nos llevó a Lérida a las 5:00 p.m. De allí, una buseta de Rápido Tolima nos trasladó a Ibagué.

 

Socorristas y damnificados

“Llegamos al Sena de Ibagué a las 8:00 p.m. Una camioneta particular nos llevó donde un familiar que nos recibió con gran cariño.

Al día siguiente nos presentamos con mi hermano en la Cruz Roja, como voluntarios. Empezamos a recibir heridos, a prestar primeros auxilios y a tomar datos para buscar familiares.

Lo más duro era ser socorristas y damnificados al mismo tiempo. Necesitábamos ropa y comida. Había montones de zapatos, pero era difícil encontrar el par: uno podía tener tres derechos o tres izquierdos.

La panadería y el renacer

“Después de la avalancha me volví panadero con la Cruz Roja, en un programa de microempresas en Lérida. Luego regresé a Guayabal, a mediados de 1986, y trabajé en la construcción.

En 1987 estudié topografía en la Universidad del Tolima, en Ibagué, y me gradué. En 1998 comencé a estudiar licenciatura con la Universidad del Bosque, en Mariquita, y me gradué en 2002.

En 2005 me presenté al Concurso Docente. Fui nombrado profesor en Planadas, donde estuve un mes, y logré el traslado a la zona rural de Armero, en la escuela Socavón de la vereda San Pedro. Allí trabajé hasta 2019.

En 2020 fui trasladado a la Institución Educativa Jiménez de Quesada, en Armero-Guayabal, donde actualmente enseño en la sede Maracaibo.

Memoria viva

“Como presidente de la Cruz Roja de Armero desde 2003, y como sobreviviente, les hablo a mis estudiantes sobre lo que viví. Les muestro fotos y videos, no tan fuertes, de cómo era Armero.

Todos los días paso por las ruinas camino a la escuela. Los niños, al verlas, me preguntan y yo les cuento. Es reconfortante ver cómo ellos asimilan la historia.

Registro para la historia

“Hace más de dos años creamos la Corporación Centro de Historia de Armero Tolima y el Museo MAPA, certificado por el Museo Nacional de Colombia.

Nuestro propósito es rescatar la memoria del municipio, desde los pueblos indígenas Panches hasta nuestros días, incluido el desastre de Armero.

Trabajamos en el Centro de Documentación e Interpretación de la Memoria, para que las nuevas generaciones conozcan y comprendan lo que fuimos y lo que somos.”

Fotos | Freddy Arango | LA PATRIA

En una toma aérea se observa un tapete verde formado por la vegetación, cuatro décadas después de la avalancha que arrasó a Armero.

Caminar por la vía que cruza el antiguo Armero es dar pasos entre epitafios y escombros que se niegan a desaparecer bajo la maleza.

Se levanta una plazoleta en honor a las víctimas, donde se conservará parte de la cúpula de la Iglesia de San Lorenzo como testimonio de la avalancha.

El Parque a la Vida ocupa el sitio donde estaba el Parque Principal Fundadores, antiguamente la plaza central de mercado que funcionaba los domingos, junto a la iglesia San Lorenzo.

La Piedra: allí se lee una inscripción que finaliza con las palabras “Armero, un luto permanente”.

Símbolos y memoria.

“Bienvenidos al lugar donde duró 60 horas la niña Omaira Sánchez Garzón”, dice la valla en el sitio donde murió la menor. Se advierte que el ingreso es gratuito y no se admiten vendedores ambulantes. En el lugar se observan placas en agradecimiento a Omaira por los favores recibidos.

La avalancha cambió la topografía de las calles de Armero. Hace 40 años se decía “subir al cementerio”; ahora, en línea recta, se llega. Fue el único sitio que se salvó de la avalancha: estaba sobre una loma, y esa noche muchos sobrevivieron al alcanzar esa cima.

 

 

Foto | Tomada de Facebook  de Freddy Gutiérrez | LA PATRIA  

El profesor Freddy Ariel Gutiérrez Mora posa en la imagen frente al monumento Parque a la Vida, en Armero.


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