Eje Cafetero

Sobrevivió a la violencia en Quinchía haciendo teatro y acaba de grabar su primera película

2025-07-17
Elizabeth Chaurra nació en Quinchía y desde que conoció el teatro su mundo cambió. Este año grabó su primera película como actriz 
Foto | Cortesía | LA PATRIA | PEREIRA | Elizabeth Chaurra nació en Quinchía y desde que conoció el teatro su mundo cambió. Este año grabó su primera película como actriz 
Jorman Lugo

Elizabeth Chaurra es una mujer sonriente. Le gusta mirar a los ojos para hablar y, aunque usa lentes oscuros para protegerse del sol, no esconde la emoción que le da mencionar sus logros en la actuación y en el teatro. 

Su vida, como la de muchos habitantes de Quinchía (Risaralda) está marcada por la violencia. Perdió a su padre cuando era adolescente, pero del dolor que acompañó su corazón brotaron semillas que esparció en el arte y hoy recoge los frutos grabando un papel protagónico en su primera película. 

“El arte me salvó”

Empezó desde niña, cuando todavía estaba en el colegio. Allí, entre las clases académicas se le presentó la oportunidad de actuar y eso le cambió la vida en todos los sentidos. 

“El arte me salvó. En ese entonces la situación en Quinchía era muy complicada. El teatro nos ayudaba a tener la mente en otras cosas. Yo lo escogí porque me gustaba mucho, pero también porque me daba un lugar, un propósito”.

A pesar de la situación de orden público que se vivía en el municipio a principios del 2000, ella iba hasta la Casa de la Cultura y recibía formación. 

Su padre, Norbelio Quebrada, no estaba muy de acuerdo con ella porque no le veía mucho futuro en el mundo del arte. Aún así, la acompañaba noche tras noche desde su barrio, Jose Antonio Galán, hasta el lugar de los ensayos. 

“Mi papá me decía que el arte no me iba a dar nada, pero igual me acompañaba. Iba a esperarme después de trabajar, solo para que no me pasara nada”.

 

El propósito de construir

Como una muestra de su carácter Elizabeth no abandonó el teatro después del asesinato de su padre. Por el contrario se empecinó cada vez más en aprender y en transformar las ausencias en historias. 

Con el tiempo se consolidó como una de las mejores actrices del municipio y empezó a dirigir sus primeras obras en compañía de su maestro, Gonzaga Muriel.

Cuando el director se fue del pueblo, ella y otros integrantes decidieron que el teatro no podía desaparecer. Así asumió la dirección, y por 15 años sostuvo el grupo Tespis, organizando presentaciones, participando en muestras culturales, formando a nuevas generaciones de actores y actrices. 

“Lo que se puede hacer en un pueblo: obras, encuentros, talleres. Nunca fuimos un grupo grande ni reconocido, pero logramos sostener el teatro. Eso ya era mucho”

Entre esas apuestas, una de las más recordadas fue la Casa del Terror, una puesta en escena colectiva y popular que se realizaba durante octubre. 

Por cinco años consecutivos, Elizabeth y su grupo tomaron locaciones del pueblo y crearon sets teatrales para que los asistentes vivieran una experiencia entre el miedo y la catarsis. 

“Era otra forma de hacer teatro, una manera de combatir los miedos del pueblo desde el arte”. 

El papel de madre

Además de actriz y directora, Elizabeth es madre de Vanessa, una adolescente sonriente y pensativa, que le tocó vivir el mundo de las tablas desde el vientre. 

“Desde pequeña la metíamos a los montajes, le pintábamos la carita, bailaba con nosotros”, cuenta entre risas. 

Incluso actuó embarazada, a punto de dar a luz, porque una actriz no llegó a tiempo. “Me tocó maquillarme, ponerme el vestuario y actuar de 9 meses”.

Aun así, cuando tuvo que elegir entre quedarse en Cali trabajando en teatro o regresar a su casa para cuidar a su hija, eligió ser mamá. 

“Vanessa tenía apenas 9 años, y yo no podía dejarla tanto tiempo. Fue una decisión consciente. Elegí mi rol de madre sin dejar de ser actriz”.

Contó siempre con el respaldo de su mamá –doña Luz, una mujer que tiene en sus ojos el brillo que solo la nostalgia puede dar– la apoyó en cada viaje, cuidó de su hija y la acompañó en los momentos más duros. 

“Mi mamá ha sido un pilar. Cuando tuve que estar en Cali por casi un año, ella estuvo ahí, como siempre”.

Una mujer de carácter

A Elizabeth siempre le han asignado papeles de mujeres con carácter, de esas que no se rinden ni se dejan convencer con facilidad. Y no es casualidad. 

“Siempre me han quedado mejor esos papeles: la brava, la fuerte, la que resiste. Son una forma de mostrar que no soy fácil de doblegar”. 

Ha interpretado a madres, hermanas, hijas, y en todos esos personajes hay algo de ella: la convicción de que ser mujer también es asumir el mundo con decisión.

Uno de esos papeles, La Peraltona, se convirtió en su sello. Este personaje, hace parte de la obra A la diestra de Dios Padre —basada en el cuento de Tomás Carrasquilla— ha sido interpretado por Elizabeth en teatro y ahora también en cine. 

“La Peraltona es el personaje con el que me casé. La he hecho tantas veces que ya vive en mí. A veces hasta en mi vida cotidiana se me sale”.

Su primer protagónico en el cine

Luego de años sobre las tablas, Elizabeth fue convocada por el maestro Alejandro Buenaventura para actuar en la adaptación cinematográfica de la obra. 

El rodaje se realizó en Cali y en varios corregimientos cercanos, como Montebello y Aguacatal. Fue su primera experiencia frente a la cámara, y el contraste con el teatro fue evidente. 

“Me fue muy bien aunque es muy distinto. En el teatro uno tiene el público, siente la energía. En el cine todo es repetidera, planos, luces. Uno no sabe cómo lo va a recibir la gente”.

A pesar de la exigencia, Elizabeth se sintió segura en el personaje: “La Peraltona está en mí. Por eso creo que salió bien. Lo difícil fue adaptarse a la técnica, a la paciencia que exige el cine”.

Una vida sensible 

Elizabeth es una afortunada. No porque en su haber tenga propiedades o sea dueña de logros con los que se encandila el mundo de hoy. Su fortuna radica en su capacidad para seguir andando a pesar de los golpes de la vida. 

Finalizando 2024 la operaron y pensó que ahí acababa su vida artística. Estuvo varios meses sin poder caminar. Incluso ahora, el uso de tacones o zapatos altos, le causan un dolor interno fuerte. Pero ella no se detiene. 

El arte alimentó esa fuerza que demuestra en su voz, aguda y potente, y que alimenta en cada historia, en cada realidad que representó. 

“El arte me hizo más sensible, más alegre, más comprensiva. Me enseñó a entender otras realidades, a ver el mundo con otros ojos. Uno no se puede encerrar solo en lo que le pasa. El arte le abre a uno la cabeza y el corazón”.

Por eso ni la violencia ni las enfermedades la detuvieron. Cada paso que dio se convirtió en una acción que hoy ve recompensada en uno de sus sueños más grandes. 

Eso se lo reconoce su familia, que sienten el orgullo y la satisfacción de verla abrazando un personaje y llevándolo al cine. 

“Ellas están felices. Dicen que me lo merezco. Y yo también lo creo. Es la suma de muchos esfuerzos pequeños que por fin se ven recompensados”.

El legado de una vida

A la diestra de Dios Padre no solo es la culminación de una obra que ha acompañado a Elizabeth por años. También es el cierre —o el comienzo— de una etapa. 

“No sé si esto es una culminación o un inicio. Puede que esta película abra nuevas puertas. O puede que simplemente cierre un ciclo hermoso de mi vida. Lo que sí sé es que estoy agradecida”.

Elizabeth no pide más. Una copia de la película, un espacio en la memoria del pueblo, la certeza de que el arte sí transforma la vida. 

“Si esto es lo último que hago, estoy feliz. Pero si viene algo más, también estoy lista. Sea lo que sea, que decida el destino”.

En su voz se siente la satisfacción de la niña que caminaba en las noches frías por las calles de Quinchía de la mano de su padre. Pero antes de tomar una decisión de continuar o no con su carrera, agradece que en medio de la violencia se le cruzara el arte en su camino. 

 


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