
Dalái lama a los 90 años: la historia de cómo un niño se convierte en un dios viviente

Indira Guerrero
EFE | LA PATRIA | Dharamshala (India)
Su risa es un estallido contagioso, casi infantil. Lo envuelve la misma túnica granate y azafrán que lo ha identificado durante décadas y sus ojos, enmarcados por unas sencillas gafas, observan con una aparente calma que desarma.
A simple vista, Tenzin Gyatso es un anciano amable. Pero detrás de esa humanidad, late una contradicción milenaria: para los budistas tibetanos es un dios atrapado en el tiempo, un Bodhisattva en un cuerpo que este domingo (6 de julio) cumple 90 años.
El niño hallado por el destino
La historia de cómo un niño se convierte en un dios viviente comienza como una leyenda. En 1937, en la remota aldea de Taktser, monjes de alto rango buscaban la reencarnación del decimotercer dalái lama. Guiados por visiones y presagios, encontraron a Lhamo Dhondup, un niño de dos años nacido en una modesta familia de agricultores.
El pequeño, sin dudarlo, identificó objetos personales del líder fallecido, un acto que selló su destino. Dejó de ser Lhamo para convertirse en Tenzin Gyatso, Su Santidad el 14º dalái lama, y fue trasladado al majestuoso Palacio de Potala en Lhasa para iniciar una vida de estudio y reclusión.
Un reino perdido entre gigantes
Su infancia se fracturó abruptamente. Mientras se sumergía en la profunda filosofía budista, la lógica y el sánscrito, el mundo exterior se derrumbaba sobre el Tíbet. A los 15 años, la invasión china de 1950 lo forzó a asumir el poder político absoluto. El niño-dios se convirtió en jefe de Estado de la noche a la mañana, intentando proteger a su pueblo de una potencia abrumadora.
Durante nueve años, la divinidad se encontró con la geopolítica, un enfrentamiento desigual que culminó en 1959. Tras una brutal represión contra un levantamiento nacional, Tenzin Gyatso, con solo 23 años, huyó a pie a través de los Himalayas hacia un exilio del que nunca regresaría.
Icono global, fragilidad humana
Desde Dharamshala, la "pequeña Lhasa" en la India, el dalái lama se transformó. El líder de una nación aislada se convirtió en un ícono global. Su mensaje de compasión, paz y su "Vía Intermedia", una propuesta de autonomía, no de independencia, le ganó el Premio Nobel de la Paz en 1989.
Sin embargo, esa misma exposición global ha hecho que su figura no esté exenta de polémicas que han puesto a prueba su estatus de icono. En 2023, un video se hizo viral mostrándolo besar a un niño en los labios y pedirle que "chupara su lengua". El incidente provocó una fuerte condena internacional y un profundo debate.
Desde su oficina se emitió una disculpa pública en la que se lamentaba el daño causado, argumentando que el gesto había sido una forma de expresión juguetona y culturalmente tibetana. El episodio subrayó de forma cruda la brecha entre un anciano de una tradición milenaria y las sensibilidades del siglo XXI, añadiendo una inesperada y terrenal complejidad a su divina imagen.
Pero mientras su influencia espiritual crece, su cuerpo sigue el curso inevitable de la naturaleza.
La batalla final: la sucesión
Hoy, el dios envejece. Sus pasos son más lentos y ha cedido todo el poder político a un liderazgo democrático elegido por la diáspora.
La pregunta, humana y a la vez trascendental, flota en el aire del Himalaya: ¿Qué ocurre cuando un dios mortal se prepara para morir? La cuestión de su sucesión es un nudo de tensión espiritual y política, con Pekín reclamando el derecho de nombrar a su sucesor.
Pero para Tenzin Gyatso, la preocupación parece ser otra. En sus discursos, a menudo se refiere a sí mismo como un "simple monje budista". Quizás su mayor enseñanza no provenga de los textos sagrados que domina, sino de su propia existencia, la de un ser venerado como la manifestación de la compasión infinita, que ha vivido la pérdida, el exilio y ahora, la vejez.
Una existencia sencilla que, sin embargo, se ha convertido en el último campo de batalla entre la fe de un pueblo y la voluntad de una superpotencia.
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