
El legado de Emily Mora, la joven que soñaba con ser médica en Manizales y dejó una huella imborrable

LA PATRIA | Manizales
Emily Mora tenía apenas 21 años, pero su presencia dejaba una impresión profunda y de sabiduría. Nació en Cúcuta, pero eligió a Manizales como el lugar para cumplir sus sueños, estudiar Medicina y empezar a construir el futuro que imaginaba.
Su vida, aunque breve, fue intensa y significativa para quienes compartieron con ella el aula de clase, la casa, la amistad o el amor.
Una hija amada, activa, delicada
Desde antes de nacer, Emily fue un acto de amor. Luz Mary García, su madre, recuerda que los médicos le desaconsejaban tener hijos por una enfermedad en los huesos. “Pero yo siempre quise tener una hija, no un hijo, sino una niña”, dice entre suspiros. Emily llegó al mundo el 28 de julio del 2003, a través de una cesárea anticipada. A partir de ese día, su vida fue la prioridad total de sus padres.
“Desde chiquita fue distinta. Le gustaba estar bien organizadita, bien peinadita, oliendo rico. Los cuadernos del colegio eran todos impecables, los profesores la adoraban”, recuerda su mamá. Emily creció como una niña muy activa, artística y decidida, pero también selectiva con sus amistades. Su cariño no se daba por cortesía: era sincero, profundo y siempre presente.
Emily, junto a sus padres, Ramón Emiro Mora y Luz Mary García, el día de su graduación como bachiller.
Amor sin límites, para todos
A los 16 años empezó a caminar de la mano con José Tarazona, su novio y compañero de vida durante casi cinco años. También cucuteño, José encontró en Emily una fuerza que no solo enamoraba, sino que guiaba. “Era muy fuerte, con un carácter impresionante. Siempre me apoyaba, incluso sacrificaba cosas por ayudarme. Y no solo a mí, con todos era igual”, cuenta.
Al poco tiempo, José se mudó a Manizales para estudiar en la Universidad Nacional. Emily, que aún no lograba entrar a Medicina, siguió luchando hasta lograrlo. Cuando pudo ingresar a la Universidad de Manizales, encontró en esta ciudad, más que un lugar de estudio, un hogar, tranquilidad y sentido.
“Ella decía que amaba Manizales. Que era muy limpia, segura y con gente amable. Me decía que a Cúcuta solo volvía por nosotros”, recuerda Luz Mary. Vivía sola en el barrio Campohermoso, cerca de la universidad. Sin embargo, su independencia no le quitaba calidez: hablaba a diario con su mamá, la llamaba hasta cinco veces al día. “Yo era su mejor amiga y ella era la mía”.
El grupo de amigos de Emily en la Universidad de Manizales estaba conformado por Léimar Galeano, Sebastián Aguirre, Sergio Nieto, Manuela Botero, Luna Torres, Simón Puerto, María José Triana y Ana María Quiceno.
Emily, José y Chloe, familia de tres
Aunque vivían en polos opuestos de la ciudad, Emily y José eran inseparables. Hablaban de su futuro juntos, de formar familia y de la especialización en Cirugía Cardiovascular que Emily soñaba alcanzar.
Mientras tanto, criaban a Chloe, su “hija perruna”, una Shih Tzu que hoy permanece con José. También, en la capital de Norte de Santander, viven Teddy y Milo, otros dos perros de la misma raza que Emily tenía tatuados en su brazo izquierdo.
José Tarazona, estudiante de Administración en la Universidad Nacional, fue el compañero inseparable de Emily Mora en Manizales. Ambos nacieron en Cúcuta y se hicieron novios en el 2020. En la foto, con su mascota Chloe.
Aferrada a la vida y a sus seres queridos
A inicios de abril, en una madrugada, Emily sintió un dolor insoportable en la parte superior del estómago. Fue trasladada al SES Hospital de Caldas y luego a la Clínica Avidanti, donde le diagnosticaron pancreatitis. Lo que comenzó como una observación clínica se convirtió pronto en una batalla de vida o muerte.
“Tuvieron que intubarla. Me escribió diciendo que estaba asustada, que podría no despertar. Pero incluso entonces, pensaba en mí y me pedía que no me preocupara”, dice Luz Mary, quien viajó desde Cúcuta por tierra, 28 horas de angustia. Cuando llegó, Emily ya estaba sedada.
Estuvo internada 12 días, marcados por amor escrito en un cuadernito a través del que la joven se comunicaba, de caricias entre los aparatos médicos y de esperanzas sostenidas por mínimos avances. “A pesar de todo, Emily quería vivir. Se notaba. Estaba fuerte. Los triglicéridos le bajaron de 4 mil 400 a 400. Pensamos que lo peor había pasado”, recuerda José.
Pero los pulmones ya no resistían. La intubación prolongada derivó en una neumonía tubular. El martes 22 de abril, Emily falleció por falta de oxígeno. “Yo no lo creía. Pensé que era la peor broma del mundo. Pero cuando llegué al hospital y vi a sus papás devastados, supe que era verdad”, dice José, con la voz quebrada. “Me arrodillé a su lado, la abracé, la besé. Le dije que todo estaría bien, que ahora podía descansar”.
Emily decía que le encantaba vivir en Manizales, por ser una ciudad segura, limpia y con gente amable. Pero sobre todo, le gustaba por el clima frío; en Cúcuta le fastidiaba el calor.
Solo buenos recuerdos
Emily era hija única. Su madre Luz Mary y su padre Ramón Emiro, trabajadores incansables, vivían por ella. “Todo lo que hacíamos era para verla como médica. Ahora ya no está y no sabemos qué hacer con nuestra vida”, dice la mamá. La eucaristía del último adiós en Cúcuta estuvo llena de gente.
Entre los recuerdos, sus amigas del colegio mencionaron su habilidad manual, su creatividad y su pasión por ayudar. De ahí su pasión por la cirugía.
Su profesora de Bioquímica en la U, Eridia Castaño, la recuerda como empática, interesada por los pacientes, solidaria y alegre: “En poco tiempo generó un gran impacto. Sus compañeros la adoraban”.
Ana María Quiceno, su amiga y compañera de estudio, resume lo que muchos sintieron: “Emily fue auténtica. Luchaba por sus sueños. Era buena novia, buena hija, buena amiga. Siempre estaba para todos”.
El pasado jueves 24 de abril, en la Universidad de Manizales se realizó una velatón en honor de Emily. Sus compañeros, docentes y directivos de la institución recordaron su legado, la homenajearon con algunas palabras especiales, encendieron velas ante un altar con su fotografía y elevaron globos blancos al cielo.
La huella de Emily Mora: el ejemplo
Ahora queda Chloe, su perrita. Queda la memoria de sus abrazos, de sus cuadernos impecables y de su voz. Pero, sobre todo, queda su ejemplo: el de una joven que vivió con determinación y que luchó hasta el último suspiro por un sueño que, aunque incompleto, inspira a quienes la conocieron.
Emily Fernanda Mora García no fue solo una estudiante de Medicina. Fue un símbolo de amor, fuerza, entrega y propósito. Y aunque ya no esté físicamente, su historia sigue latiendo, como el corazón de una cirujana que un día soñó con sanar a los demás y terminó sanando, inconscientemente, a quienes la amaron.
El gran amor de Emily eran sus mascotas. En su Cúcuta natal tenía a Milo y Teddy, a los que tenía tatuados en el brazo. En Manizales, era la "madre perruna" de Chloe (foto).
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